22 de octubre Odisea de San Pedro a Tikal
Nos pegamos el madrugón y con el día gris nos vamos a las siete de la mañana en lancha con nuestros vecinos, Mike y Brandon hasta Belice City. Allí llegamos andando hasta la estación de autobuses que era una mezcla entre bar, pastelería y terminal de transporte.
Lo que vemos en los 200 metros de recorrido por Belice City a mí no me gusta nada y me impone bastante respeto. En realidad son sólo
casas viejas y demasiada gente en la calle con vestimenta un poco extraña y en grupos sin hacer nada. Sin embargo, siempre dicen que
las grandes ciudades son más peligrosas y más pobres que los pueblos y zonas turísticas.
En teoría la compañía de autobús nos proporciona un pullman moderno y seguro, pero el caso es que no lo vemos por ninguna parte. Al
rato llega el conductor y nos lleva a un aparcamiento cercano donde hay una buseta con más guiris dentro.
- Oiga, pero este no es
el autobús de la foto. ¡Que son cuatro horas de viaje y el pullman tenía baño, y hasta una azafata que nos daba bebidas!
- Sí, señora,
pero es que el grande no puede pasar por el puente porque está medio inundado.
- Pues si que estamos bien. A ver qué nos espera.
Nos acordamos de nuestra amiga Shannon y su famosa frase: "Same, same but different" que le decían a ella sobre todo en Asia y Sudamérica
durante su viaje de vuelta al mundo. Sí hombre sí, la buseta esta es "same, same but different”.
Está lloviendo y el conductor sube las mochilas como puede a la vaca y cubre todo con un plástico. Dentro de la camioneta viajan otros
guiris, una pareja de voluntarios de no sé qué ONG y otros cinco que van a Flores. Los asientos tienen unas fundas de color sospechoso
y además de los asientos de pasillo salen como unas tablas que hacen las veces de asiento plegable por si suben más pasajeros.
Emprendemos nuestra salida de Belice City, donde vemos bastante pobreza, suciedad y mucha agua. Ha llovido a lo bestia y se han empezado
a inundar los campos. Nuestro super conductor puede con todo y bordea baches, charcos y mares hasta que llegamos por fin a la frontera
con Guatemala. La carretera está sin asfaltar en muchos tramos y cuando llegamos a los barrizales no importa, hacemos rally. La camioneta
poco a poco va a adquiriendo un color marrón por fuera que le imprime una segunda piel de camuflaje. Podemos ver los desastres de
las últimas lluvias con campos totalmente inundados y casitas con el agua al nivel de las puertas. Las zonas rurales de Guatemala
son muy pobres. Las casas están hechas con tableros de madera y uralita y alambradas que aprovechan para colgar un montón de ropa
que se supone recién lavada, pero que ahí sigue en mitad del aguacero. Muchos niños por todas partes y muchas, muchas mujeres y adolescentes.
Hombres pocos…entre la guerra que duró 20 años, los huracanes y los que se abandonan sus familias…se quedan ellas levantando el país,
o mejor dicho, sobreviviendo como pueden.
El nivel de desnutrición en los campos de Guatemala es alarmante. Esto hace que desde muy pequeños su desarrollo intelectual se vea
afectado por las carencias de una alimentación sana. Es curioso comprobar que a muchos de los que preguntas confunden la derecha con
la izquierda y tardan en reaccionar para hablar, entre otras cosas porque hablan maya y apenas entienden el español y entonces sin
querer piensas: ¿son memos o qué? No, no…es la desnutrición.
En la frontera nos bajamos todos y al pasar los controles volvemos a subirnos a este engendrillo de los coches locos al que al final
le estamos cogiendo hasta cariño: las niñas juegan con la DS, unos leen, otros duermen descalzos y alguno deja medio sándwich en cualquier
sitio… ¡Toda una experiencia! Seguimos por el gran bache con trozos de carretera hasta un sitio en el que se supone que cambiamos
de camioneta para ir a Tikal.
Ya llevamos cuatro horas de viaje. El caso es que nuestro super conductor continúa en otra dirección hacia Flores. Luis se levanta
y le dice:
.- ¡Eh, oiga, que nosotros vamos a Tikal! El conductor se vuelve y le contesta pachón:
.- No tenga pena, que yo les hago
llegar.
Y sigue en dirección a Flores hasta que se cruza con otra camionetilla. Paramos en medio de la carretera, llueve, los conductores
negocian el precio, y el nuestro sube a la vaca y empieza a bajar mochilas. Mike, Brandon y nosotros 4 nos subimos a una "chicken
camioneta" que ya iba repletita de indígenas de la zona. Para acoplarnos mejor nos percatamos de que ha aparecido por algún lado una
banquetilla de madera en la que se acomoda Sara entre asiento y asiento. El olor dentro de la camioneta es indescriptible. Como a
barro, niños, lluvia, sudorcillo… todo un mejunje que me trae a la memoria el maravilloso olor del jazmín o el azahar. Poco a poco
se van bajando los indígenas por esos campos de Dios hasta que llegamos a Tikal. Pasamos de preguntar en los dos hoteles y nos vamos
derechitos al que tenemos en línea recta. Como es temporada baja hay sitio para todos. Y ya por fin nos podemos duchar. Recordemos
que estamos como a unos 26 grados, con chirimiri y mochilones a la espalda. Las niñas quieren que Mike y Brandon duerman en nuestro
hotel.
A última hora compramos las entradas de las ruina para mañana. Luis empieza a investigar a ver si podemos ir a ver amanecer desde
las pirámides a las 5 de la mañana. Para su sorpresa resulta que sólo hace tres días que lo han prohibido porque había un guía que
monopolizaba a todos los turistas y el tema acabó a puñetazos entre los guías, de modo que la dirección del parque decidió eliminar
los amaneceres en las pirámides. Nos cuentan también que mañana viene el presidente de Guatemala a no sé qué cumbre que se celebra
en las ruinas y que a las 12 nos tenemos que ir del parque. A todo esto llueve sin parar.
Parece que mañana nos espera un día completito.
23 de octubre La fascinante ciudad maya de Tikal
Abro un ojo y veo que ya es de día. Miro el reloj y son las cinco y media de la mañana. Me doy media vuelta e intento dormir un poco
más pero no lo consigo, así que decido ir a ver Tikal mientras Amaya y las niñas duermen plácidamente.
Lo bueno de ir tan temprano es que estás sólo y puedes disfrutar de las ruinas y de la naturaleza que las rodea. Tikal es impresionante,
no sólo por sus monumentales pirámides, si no porque está literalmente embutida en la jungla. Te sientes como Indiana Jones descubriendo
templos secretos. Si eres silencioso, los animales no se ocultan y los puedes observar tranquilamente. Grupos de pavos reales y coatíes
escudriñan el suelo en busca de comida mientras sobre mi cabeza los monos aulladores saltan entre los árboles emitiendo rugidos sin
parar.
Me voy directamente al Templo IV. Ya ha amanecido aunque el sol se oculta aún entre las nubes. Por suerte está semidespejado y no
llueve. Antes de subir rodeo la impresionante pirámide y observo las prospecciones que están haciendo los arqueólogos. Hay varias
excavaciones junto a su base. Perforan sus paredes y suelos para encontrar posibles pasadizos e inscripciones de pirámides anteriores.
Los mayas acostumbraban a re-construir sus pirámides cada veinte años o un "catón" de su calendario recubriendo las ya existentes
y haciéndolas más anchas y más altas. Por eso bajo las estructuras que vemos en la actualidad, se ocultan varias pirámides más antiguas.
Me meto por los túneles con la linterna y observo los grabados y adornos en los muros junto a huecos más profundos en la piedra tapados
con maderas. Levanto una de las planchas y contemplo un enorme y oscuro agujero. Un escalofrío recorre mi espalda, la sensación que
tengo es indescriptible. Estoy a punto de entrar pero al final no me atrevo aunque me encantaría, podría ser peligroso y si además
me viera uno de los guardas me echaría de las ruinas de inmediato.
Salgo del túnel y subo por la escalera a la cúspide del templo IV. No hay nadie. Me siento sobre la escalinata al pie de la gran cresta
y me quedo hipnotizado observando la panorámica. La niebla cubre la jungla y se eleva hacia el cielo entre los árboles por efecto
del calor. Los monos no paran de aullar y a lo lejos las crestas de los templos I y II se elevan sobre la maleza haciendo honor a
lo que realmente son, monumentales homenajes a los dioses. Me quedo allí haciendo fotos y disfrutando durante casi una hora que se
me pasa volando. Me marcho al oír el jaleo de la llegada del primer grupo organizado. De vuelta al hotel paso rápido por la Plaza
Central y observo que han montado una carpa gigante probablemente para la recepción del presidente. ¡Menudo engendro! ¿A quién se
le habrá ocurrido la genial idea? Destruye totalmente el paisaje y la magia del lugar.
Sobre las diez, llego al hotel y encuentro a Amaya y las niñas desayunando. Me uno a ellas y nos preparamos para la segunda visita.
Esta vez no contratamos guía. En su lugar y para que las niñas se involucren más jugamos a que cada miembro de la familia representa
un papel de un personaje maya. Amaya es la reina, Luis el Chamán de la tribu, Ainhoa su ayudante y Sara una arqueóloga que descubre
caminos y pirámides. La idea es un éxito y las niñas disfrutan de la visita. Aprovechamos para explicarles todo lo que podemos mientras
ellas imaginan que nos caemos en unas arenas movedizas, crean pasos a través de la selva con machetes o con sus cetros de poderes
mágicos y juegan al escondite en los miles de recovecos que tiene Tikal. ¡Es un placer que jueguen y aprendan tanto a la vez!
Está medio nublado pero hay una humedad del 80% y vamos de corto. ¡Craso error! Todo el mundo va con pantalón largo, eso sí, sudandito,
pero es que los mosquitos de estos parajes son inmunes al Relec, a la dimetilcratimicina esa… y a todo.
Las ruinas son una maravilla y nos sorprenden a los cuatro. Es difícil imaginar que hace tanto tiempo habitó aquí una civilización
tan avanzada, pero las ruinas hablan; hablan por sí mismas y se les puede ver…Tuvimos la suerte de contemplar una ceremonia maya en
medio de la plaza central. Los indígenas quemaban incienso y velas de colores en uno de los pequeños altares mientras de rodillas
se dirigían en lengua maya a sus antepasados pidiendo que el proyecto de ley de ayuda a los pueblos aborígenes sea por fin una realidad.
Nos encontramos con Mike y Brandon que hacen fotos a unos monos araña en lo alto del templo V y desde allí hacemos juntos el resto
del recorrido. Comimos en el hotel y desde allí, en colectivo, fuimos hasta Flores. Nuestros amigos no tienen ni idea de dónde vamos
pero se dejan llevar y deciden venir al mismo hostal al que vamos nosotros.
Flores es un pueblecito muy pocholo ubicado en una islita del lago Peten Itzá. El hostal "Los amigos" es conocido internacionalmente
entre los mochileros porque es cuco, limpio y tiene muy buen ambiente. (Mientras escribo esto tengo a dos mosquitos bailando en la
pantalla)