1 de diciembre Los hombres tejedores de Isla Taquile
La visita a los Uros es una de las que más nos ha gustado, por curiosa y diferente. Además las vistas del lago son preciosas. A esta
altura, la luz es clara, los colores intensos y los cielos limpios como cristal.
De allí, dos horas más de barquito hasta la isla de Amantani. Empezamos a charlar con otros pasajeros y así conocemos a Hugo y Myriam,
dos argentinos afincados en Canarias desde hace años y a José y María, dos españoles de Barcelona con quienes continuaríamos
juntos los siguientes días de viaje.
El lago Titicaca es enorme y el entorno a nivel paisajístico es espectacular. Pero es árido y casi sin vida. Pocas plantas sobreviven
por encima de los 4.000 metros de altura y apenas hay árboles. Al llegar a Isla Amantani, un miembro de cada familia quechua anfitriona
nos espera paciente en el puerto. El guía reparte a cada grupo con su familia correspondiente y partimos monte arriba hacia sus casas.
A nosotros nos toca con Norma, una joven de 27 años que vive con su hija de 7, su hermano de 12 y sus padres. Su casa es muy humilde.
Tienen ovejas y las niñas se lo pasan bomba dándoles de comer y jugando con ellas. Los indígenas son tímidos y parecen no entender
del todo, son muy pobres y hablan poco castellano. La idea de albergar turistas por una noche en su casa surgió de la iniciativa de
algunos guías de la zona y de la necesidad de estas comunidades de conseguir algo de dinero extra. Apenas consiguen subsistir con
sus pequeños cultivos y algunas ovejas y cabras. No hay sistema de regadío y dependen 100% de las lluvias, que por otro lado son escasas.
No tienen ni agua, ni luz y tampoco se desviven por sus invitados. Intentamos entablar conversación con ellos pero su aislamiento
y naturaleza les hace comportarse de manera reservada.
No es fácil relacionarse con ellos y tenemos la sensación de que cumplen obligados con el programa, que además de la comida incluye
una fiesta folclórica por la noche en la que los adolescentes del pueblo tocarán temas típicos peruanos y bailaremos todos juntos
vestidos con los trajes típicos del altiplano.
Son vegetarianos, por necesidad más que por voluntad, ya que la única carne de la que disponen, las ovejas, prefieren criarla para
venderla en el mercado de Puno a 25 dólares por cabeza. Por cierto, AQUÍ HEMOS COMIDO LAS MEJORES SOPAS DE VERDURAS DEL MUNDO. Van
a Puno sólo dos veces al año, para abastecerse de arroz y cereales y vender sus ovejas. El resto viven aislados en su pequeña isla.
Tan sólo 24h en un entorno tan desamparado como este, te da mucho que pensar. Por un lado sientes un poco de pena sana y te entran
ganas de ayudar, pero ¿cómo? Regalarles unos cuantos Soles lejos de auxiliarles, les haría pedigüeños. Por otro, ves que el tema tiene
difícil solución aunque no imposible y por último, cuando piensas y te das cuenta del nivel de educación e infraestructuras que realmente
necesitan estas familias para poder mejorar su vida, sientes una mezcla de rabia, pereza e impotencia. Están rodeados de agua por
todas partes y no cuentan con unas míseras bombas para regar los campos, ni con infraestructura eléctrica o combustible alguno para
alimentarlas. Lo que haría falta es una implicación real del gobierno peruano en mejorar todo esto, pero ¿Qué puedes esperar de un
Estado con el nivel de corrupción que desgraciadamente existe en el Perú, donde asuntos como este quedan lejos de los primeros de
la lista? Pues poca cosa, la verdad.
Por la tarde fuimos todo el grupo a la cima del monte más alto de la isla a ver el ocaso. A medio camino, tomamos un cafetito y unos
donuts que no sabíamos muy bien de qué estaban hechos pero que sabían bien sabrosos. El crepúsculo fue impresionante. El horizonte
era tan amplio y limpio, que el rosado de las nubes asemejaba una gigantesca acuarela sobre las rocas de pizarra que cubren las veredas
de la isla Amantani. Otro momento para grabar en nuestras memorias.
REFLEXIONES: Amaya
Amaya es la mujer con el corazón más grande que conozco y con seguridad la única con la valentía y arrojo suficiente para atreverse
con una aventura de este calibre.
Nos anima, nos cuida a las niñas y a mí y nos hace ver el mundo a través de su prisma particular,
lleno de detalles, colores y flores, aderezados con una pizca de fantasía. Y así es capaz de plasmarlo en sus fotos, todas y cada
una de las que merecen la pena en nuestro pequeño álbum es suya.
Amaya es la compañera imprescindible sin la que este mega viaje nunca
hubiera sido posible.
Hemos dormido bien y las niñas han hecho buenas migas con José y María. Nos despedimos de nuestras familias y cogemos el barco otra
vez hacia Isla Taquile donde toda la población viste trajes típicos, que en un curioso ritual según el diseño de sus gorros y faldas,
nos indica el estado civil de hombres y mujeres. Por ejemplo, si las faldas de una mujer llevan ponpones o el gorro de un hombre incluye
tonos encarnados es que pertenecen al grupo de “singles” y probablemente encuentres sus fotos en “Meetic” J
En Isla Taquile un hombre sólo puede casarse si sabe tejer. Es tradición que el hombre regale en la pedida de mano un ajuar a la novia
con una cantidad sustancial de prendas de vestir y de menaje de hogar tejidas por el mismo.
Salvo la plaza del pueblo con sus tiendas de artesanía y sus pobladores en indumentaria tradicional, Isla Taquile no tiene mucho de
particular. Después de una larga caminata, paseamos un rato por el pueblo y comimos unas truchitas en la terraza de un restaurante
con vistas panorámica del lago.
Ainhoa, al igual que otros pasajeros, se nos mareó un poco en el barco. Tuvieron que limpiar las hélices de algas porque se ahogaba
el motor y nos quedamos a la deriva un par de veces…Así, despacito, tres horas después, ya un poco hartos de balanceos llegamos por
fin a Puno, donde nos cambiamos al Hotel de José y María que estaba bastante mejor y era más barato. Fuimos a cenar juntos y pensamos
en que quizá podríamos ir juntos a La Paz y al Salar de Uyuni.
REFLEXIONES: Del Destino, la Suerte y Tú
Por lo general son los menos los que piensan que tienen suerte. La suerte la tienen normalmente los demás. Los que siempre ganan al
chinchón, los que encuentran aparcamiento a la primera o a los que les tocan tropecientos millones en la primitiva.
Suerte sin embargo es simplemente haber nacido en el primer mundo. Suerte es contar con miles de oportunidades que pasan cada día
por delante de nuestras narices y que desaprovechamos por pereza o miedo en la mayoría de los casos. Suerte es gozar de salud, educación
y acceso a los medios que las garantizan. Y aún así, vivimos casi todo el tiempo infelices por simplezas, sin apreciar la extraordinaria
suerte que tenemos, ni dar gracias por ello cada mañana.
Mala suerte es nacer en Etiopía o en la Isla Amantani, con una alimentación precaria y trabajando desde niño por necesidad. Mala suerte
es vivir a seis horas del médico más cercano y a doce de un hospital con mínimos recursos. Mala suerte es tener que parir asistida
por tus vecinas y las ancianas del lugar, sabiendo que ante cualquier complicación, te quedarás en el camino sin ni siquiera conocer
a tu hijo. Mala suerte es encontrarte sin educación y ni oportunidades en un callejón sin salida.
Así que la próxima vez que reflexiones sobre el destino, la suerte y tú, pon en la balanza todo lo que llevas contigo desde el momento
de tu nacimiento, deja de compadecerte, se sincero contigo mismo, alégrate y sobre todo ¡¡DA GRACIAS!!
2 de diciembre Camino a Bolivia: de Puno a La Paz
Madrugón y viaje en bus cama hasta La Paz con José y Marieta. El viaje es tranquilo y el paisaje con un cielo azul limpio e inmenso,
montes pelados con nieve en las cumbres y llanuras salpicadas de llamas y flamencos. Pueblecillos de adobe, apenas árboles y un terreno
desolador a pesar a de su belleza.
En Copacabana cambiamos de autobús y nos da tiempo a pasear por el pueblo que tiene una iglesia impresionantemente grande y bonita
con paredes de cal blanca y techos redondos con losetas de cerámica brillante. Después de tomar algo en una terraza montamos
en nuestra nueva buseta y seguimos el camino. Hay que atravesar un trozo del lago después de pasar la frontera, así que nos bajamos
todos. La buseta cruza en una balsa y nosotros en un barquito.
Por el camino vamos planificando con José y Marieta cómo llegar a Uyuni y a pesar de las 6 horas de viaje en autobús decidimos tomar
seguido el nocturno de 8 horas desde La Paz que nos llevará hasta Uyuni a las 7 de la mañana para hacer la excursión de 3 días que
atraviesa el Salar. Ninguno queremos parar en la Paz, por la fama de ciudad poco atractiva e insegura.
Peeero al llegar a la estación de autobuses con dos horas de retraso, resulta que no hay un solo billete para salir a Uyuni. La única
opción es ir hasta Potosí (6 horas) y de allí y de madrugada, tomar otro autobús (5 horas más) a Uyuni. Después de ir y venir, de
llamadas y de mapas, en un rincón de la estación, sin quitar ojo de nuestras mochilas, José y Marieta deciden coger el bus a Potosí
y seguir, pero nosotros estamos cansados y decidimos tomarlo con calma, pasar la noche en un buen hotel en la Paz y salir al día siguiente
para Uyuni.
Nos alojamos en el hotel Presidente de 5 estrellas, a mitad de precio, gracias a una oferta promocional que nos dieron en Cuzco.