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4 de abril        Chawny Chok, el Red Fort y la mezquita

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Hoy vamos a la estación de tren correcta a por los billetes que no pudimos comprar ayer. Vamos con lo puesto, ni cámara, ni bolsos, ni nada, sólo lo indispensable en las faldiqueras dentro de la cinturilla. La estación es como la otra. Una odisea de gentío pintoresco en la que las mujeres visten con saris en mil combinaciones de colores, tan pronto te cruzas con uno vestido como Sandokan con turbante, lanza y daga, como con otro que lleva tres maletas sobre la cabeza. Los empujones son continuos y el mal olor también, pero ya nos vamos acostumbrando.

La Lonely Planet dice que los billetes se venden en la oficina internacional de turismo porque no os imagináis la cantidad de gente que se agolpa frente a las ventanillas normales. Además hay cientos de trenes y clases diferentes. La guía insiste hasta la saciedad en que NO HAGAS CASO A NADIE QUE TE DIGA QUE LA OFICINA ESTÁ CERRADA, QUE LA HAN TRASLADADO, QUE ESTÁ EN OBRAS, ETC.

El caso es que no la encontramos y a los pocos segundos se nos acerca un guarda de la estación y nos suelta, tal cual, el cuento de que la han trasladado y nos dice donde conseguir los billetes en el centro (donde conseguirá su comisión, claro) Como no nos fiamos, preguntamos una segunda vez a otro oficial y nos dice exactamente lo mismo. Ya a punto de irnos, Amaya no se fía y preguntamos a un tercer guardia que nos manda al andén 1. Allí vemos un cartel en la pared confirmando que la oficina está allí y además añade: “NO HAGA CASO A LOS TIMADORES QUE LE DIGAN QUE LA OFICINA ESTA CERRADA O EN OTRO LUGAR, ESTAMOS EN EL PRIMER PISO DEL ANDEN 1. Total… que nos ha costado llegar como 40 minutos. Y todo en India es así.

Pero lo peor no es el intento de timo, ni moverse entre esta marea de gente hedionda que inunda los andenes. ¡¡LO PEOR ES QUE DE REPENTE AMAYA NOTA QUE LE SOOOBAN EL TRASERO DESCARADAMENTE! Da un grito y se vuelve pero hay 500 personas a su lado…No sabemos quién ha sido…..para clavarle las uñas.

Después de tal periplo llegamos a la oficina y no hay plazas en el Taj Express para los próximos dos días. ¡Maldita sea! Tendremos que perder otro día. ¡Esto es el cuento de nunca acabar! En la oficina nos encontramos con María, una española que vive entre Javea y la India desde donde importa artesanía que luego vende en los mercadillos. Nos dice que Nueva Delhi es lo peor de India, que más al Sur es más bonito, tranquilo y seguro…pues vaya.

Salimos de la estación y vamos a Chawdny Chock la calle más comercial de Delhi donde están todos los bazares. Nos encontramos en medio de otro rebaño humano y… ¡OTRO SOBE! ¡Pero bueno! Para cuando detectamos quien ha sido, ya se ha perdido entre la muchedumbre. Estamos un poco hartos del calor, el agobio y aguantar los sobes, los olores y los escupitajos. Caminamos hasta el final de la calle y llegamos al “Red Fort”, una especie de castillo-fortaleza enorme. Cruzamos la avenida a vida o muerte, sin semáforo, sin reglas y sin poli. Una vez dentro nos sentimos más tranquilos aunque seguimos sudando igual. En la entrada vemos un grupo de una tribu del sur. Ellas visten saris y están totalmente calvas. Nos ven con la cámara y saludan amablemente al objetivo. Hablamos con ellos y nos hacemos un par de fotos.

Amaya va enfadada, incómoda y con ganas de pegar a todos. Con ojos hasta en la nuca para ver quien tiene a su alrededor pues ya hemos visto de que palo van por aquí. El interior del Red Fort nos sorprende agradablemente. Hay un par de torretas, amplios jardines y varios templos en mármol muy vistosos. Un Sijh que va con su familia nos saluda y conversa con nosotros, ¡incluso nos invita a su casa! Nos hacemos una foto con ellos y después vendrán varias familias más. Muchos nos piden fotografiarse con nosotros, sobre todo con las niñas.

Se nos hace tarde para comer, así que picamos unos plátanos que llevamos en la mochila y andamos hasta la Mezquita de RAJA MASHID. Su cúpula y minaretes en color rojo y blanco destacan sobre el horizonte. El camino se hace eterno intentando avanzar entre la multitud. Nos metemos por una callejuela que da a una plaza frente a la mezquita que está llena de puestecillos. El ruido y la pestilencia es tal que uno puede permitirse el placer de irse pedorreando todo el camino sin mover una pestaña porque nadie lo va a oír y mucho menos oler ya que el olorcillo caliente se camuflaría perfectamente en el aroma que flota en el aire.

La mezquita se levanta imponente ante nosotros. Es enorme. Subimos la escalinata y al llegar a la puerta a Luis le ponen una especie de falda para taparle las piernas y a Amaya una bata que sabe Dios cuántas habrán llevado. Una vez dentro nos entra la risa al ver otros turistas que van hechos un cuadro igual que nosotros. Las prendas son coloristas y las fotos no tienen desperdicio. En el centro del patio frontal hay una especie de estanque que sirve para todo: principalmente para lavarse los pies, pero también los dientes, la cara o lo que haga falta…

El ambiente es muy mágico. Los sacerdotes oran junto a pequeños grupos de fieles. Otros conversan en el suelo mientras muchas familias simplemente pasan el rato descansando en los soportales. Está atardeciendo y corre una ligera brisa que alivia el calor. Sara y Ainhoa juegan junto a otros niños con las palomas del recinto. Así pasamos un buen ratito descansando y observando a la gente, haciendo fotos a los niños y a las familias que nos piden que posemos con ellos.

Hay que salir al mundo exterior. Esta vez nos vamos en tuc-tuc, lo que es otra aventura porque hay que negociar con todos. Ven al turista e intento de timo al canto. Y en este país se negocia TODO. El pobre hombre que pedalea hace un esfuerzo descomunal para mover el peso de cuatro. Las niñas, sentadas de espaldas a nosotros, contemplan el panorama muy de cerca y hacen comentarios de todos los saris que es lo que más les llama la atención. Vamos a un buen restaurante para invitar a Mike a cenar, que acepta encantado. Llega Michael y empezamos a comer. Nos atienden muy bien, pero no sospechamos que toda la carta es picante. Pedimos comida internacional que está muy rica pero pica como un demonio….

5 de abril        Vómitos y diarrea

Cinco de la mañana: Ainhoa empieza a vomitar, le duele la tripa y está suelta pero no tiene fiebre. Algo le habrá sentado mal. A las diez el resto de la familia estamos en las mismas condiciones. Parece que algo de la cena nos sentó mal, pero… ¿y Michael?, el comió lo mismo que nosotros y está bien, será la costumbre.

Nos pasamos la mañana vomitando y visitando al Sr. Roca hasta media tarde que empezamos a encontrarnos mejor. Amaya saca fuerzas para hacer un arroz blanco y atender a la familia aunque no está recuperada del todo. Por la tarde hacemos un esfuerzo y salimos para airearnos y comprar limones y agua para hidratarnos bien. No tenemos mucha hambre ni ganas de nada, no vomitamos pero estamos muy descompuestos.

¡Menos mal que no había plazas en el tren de Agra para hoy, porque habríamos perdido los billetes! No hay bien que por mal no venga. Iremos a Agra cuando volvamos de Nepal, que aún tendremos días. Por la noche nos despertamos por un olor a cloaca que nos asfixiamos, no sabemos de dónde viene pero es nauseabundo. ¡Lo que nos faltaba! Al principio pensábamos que podía ser del váter que se habría atrancado, pero venía de fuera. ¡Qué olor por Dios! Echamos un poco de colonia para poder dormir.

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Los trenes indios son conocidos por su animación y por las facilidades que dan para entrar en contacto con la población local
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En el Red Fort haciendo amigos
Aquí los exóticos somos nosotros así que tenemos que fotografiarnos con todo el mundo.
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A pesar de lavarnos continuamente los pies, no pudimos evitar coger la diarrea del siglo.
Los musulmanes son ahora minoría en la India. Los conflictos religiosos tras la independencia llevaron a la escisión de Pakistán y Bangladesh y a varias guerras. La tensión entre hindús y musulmanes está muy presente en el día a día.

6 de abril        Comprando telas en los bazares de Chawdni Chok

Mike nos explica que, cuando sopla viento del sur, viene este olor del río que hay tras la urbanización. - Pero vamos a ver… ¿Qué lleva ese río? Encima, por la mañana, se ve a algunos hindúes modernos haciendo footing por la orilla, respirando putrefacción para empezar el día ya dopados del todo, así te hablan luego que parece que no se enteran…..

El caso es que nos encontramos mejor y salimos hacia Chawdni Chok para ver los bazares y comprar un sari a Sara (no es un trabalenguas). De camino Amaya abofetea a dos sobadores. Ya no nos cortamos. Como se saben culpables no hacen gesto de enfrentarse ni nada. Lo peor es que son chicos jóvenes. ¿Cómo pueden estar tan desesperados? Pues normal, hay muchos más hombres que mujeres y cazar a una es muy difícil por temas de religión. Esto explica que veamos parejas de chicos por la calle dados de la mano. Pensamos que son gays pero Mike nos lo desmiente. Nos dice que en India es normal que dos amigos se comporten igual que lo harían dos amigas en occidente.

Los bazares están en unas callejuelas muy estrechas de no más de dos metros de ancho donde aún así te puede aparecer una moto de frente, lo mismo que una vaca. Son como zocos árabes y curiosamente el aire es más limpio y no hay tanta gente. Tienen su encanto. Las tiendas son curiosas y de un colorido espectacular. Son mínimas y al entrar hay que descalzarse. No hay mostradores, todos tienen una especie de acolchados en el suelo cubiertos con una sábana donde te sientas cómodamente y te muestran la mercancía. ¡Nos sentimos como mercaderes de occidente adquiriendo sedas orientales! Compramos un traje con bordados preciosos para Sara por unos cuatro euros.

Al final de las compras tenemos un hambre que no vemos y para ir a lo seguro comemos sólo en las cadenas de comida rápida internacionales. ¡Es increíble como India poco a poco, te va limitando cada vez más en casi todo!

Todavía estamos un poco pachuchos y no podemos ni con dos piezas de pollo cada uno. Ponemos las que quedan en una bolsa para ofrecérselas a algún pobre y las sobras con los huesos y las pieles en otra para algún perrillo. Al salir por la puerta encontramos el siguiente espectáculo: un guarda pega con una vara a un niño que está en el suelo zafándose como puede. Al final se aleja haciéndole burla. Muchas tiendas y restaurantes tienen su propio guarda en la puerta para evitar que los indigentes se acerquen a mendigar. A los pocos minutos vemos al mismo niño, de unos doce años, con otros cuatro o cinco sentados en la calle. Van mugrientos con harapos y casi desnudos. Le tendemos la mano con la bolsa, la agarra, mira dentro y se pone muy contento. Buscamos entonces algún perro para darle las sobras, pero uno de sus hermanos, un crío de unos cinco años, tira de la mano de Luis para que le de la bolsa quizá pensando que hay más piezas de pollo. Le decimos que no, que son sobras y se las mostramos, pero sigue tirando de nuestra muñeca, al final le damos la bolsa y se aleja comiendo las pieles y rebañando los huesecillos. ¡Qué lástima! Lo que íbamos a dar a un perro se lo come un niño. Estas experiencias son las que nos dan que pensar e intentamos que las niñas aprendan de ellas y se den cuenta de lo que significan.

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Increíble. Grandes espacios vacíos y elegantes edificios en el centro de la Nueva Delhi moderna (arriba) que contrastan con el abigarramiento de los barrios populares (abajo)
Sara probándose modelitos para integrarse mejor en el paisaje hindú.

Pasamos la tarde en la parte nueva de Delhi donde está el palacio presidencial y los edificios de la administración. Es una avenida gigantesca con edificios emblemáticos y majestuosos a ambos lados y ¡CESPED, mucho CESPED! ¡Verde y regado! Es la primera vez que lo vemos después de tres días en la ciudad. Es un paseo agradable y el  contraste con “la vieja Delhi” es notable. Hay aceras anchas y hasta fuentes, mucho menos tráfico y sólo coches pues los demás vehículos no pueden entrar, con lo que no se escucha tanto ruido. Hace mucho calor pero hay verde y estamos más fresquitos. En la entrada del palacio hay una bonita verja y muchos monos que deambulan tranquilamente por los jardines.

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