9 de julio La Vía Dolorosa
Sandra ha dormido fuera pero hemos quedado para comer. Lo que más nos gusta de ir a casa de alguien es poder compartir charla con
ese alguien y recorrer algunos sitios de los que te desvelan los secretos mejor guardados del lugar que visitas. Tenemos una pereza
tremenda que aprovechamos para seguir programando por la mañana hasta que salimos a pie hacia la puerta de Yafa (a unos 500 metros)
y entramos de refilón en la ciudadela de Jerusalén, el km2 de la tierra más circense del mundo.
Comemos con Sandra que nos cuenta un montón de cosas, entre otras, que las chicas judías ortodoxas llevan peluca, a lo que las niñas
abren los ojos como platos. En sus orígenes, la Tora considera que el pelo de las mujeres es un símbolo de lujuria, ante lo cual hay
dos soluciones: a) me lo tapo, con un pañuelo y me enrollo el moño con el susodicho, b)me lo rapo al cero y lo cubro con una peluca.
A partir de entonces las niñas van mirando a todas las mujeres a la frente para ver si distinguen pelo natural o peluca, algo que
efectivamente podemos constatar. No solo esto, además, van con los brazos cubiertos y las piernas hasta las rodillas, no van ajustadas,
no llevan pantalones y suelen ir de blanco y negro o negro absoluto porque es el color más puro. Esto era en el siglo X pero estamos
en el XXI y la cosa sigue igual.
En cuanto a ellos, el pelo bastante rapado excepto los tirabuzones que todavía no tenemos muy claro de qué son vestigio; una especie
de mantelito a la cintura con unos cuantos flecos colgando. Cuando uno siente una tentación pecadora, tira de uno de esos flecos para
recordarse a sí mismo que no debe caer en la tentación. Según nos han contado, se tiran mucho de los flequitos. Algunos hasta llevan
abrigo de lana, sobre todos los viernes, cuando hay que ir al Muro, vestigio de la vestimenta de los judíos ortodoxos polacos que
luego emigraron a Israel. Pero por Dios y por Alá, que estamos en Israel, a 36 GRADOS. . Lo que nos desencaja del todo es verles el
viernes con el gorro circular de piel de oso, que a juzgar por el diámetro del mismo, algo de rango va en concordancia con lo grande
que sea.
Sandra también nos cuenta la convivencia fingida en la que viven allí cristianos (ortodoxos), judíos, armenios y musulmanes, que configuran
los cuatro barrios en los que está dividida la ciudadela. En algunos edificios todavía se ven una especie de agujeros que forman triángulos
en el segundo piso y que son herencia de las antiguas costumbres musulmanas de tener más de una mujer y dejarles ver el mundo exterior
a través de una de esas ventanas. Esto nos recuerda a las nueve ventanas de celosía de uno de los palacios que vimos en Katmandú.
Las mujeres no pueden salir ni ser vistas, así que las recluyen en los palacios y les asignan una ventana a cada una para poder ver ni
ser vistas.
Creo que no hay Km2 en la Tierra con más Historia y eso se nota al pasear por sus callecillas estrechas, con sus empedrados que se
nos antojan bien peligrosos cuando llueva porque resbalan que da gusto. Muchas calles están cubiertas con bóvedas que dan a un segundo
edificio o con tenderetes para dar sombra. Detrás de algunas puertas se asoman pasillos laberínticos y rinconcillos con escaleritas
que dan a viviendas particulares. Suponemos que a lo largo de los siglos se han hecho instalaciones de canalización de aguas, sobre
todo en la época romana. Es curioso observar en una de las exposiciones de la ciudad, cómo mucho antes de nuestra era se protegió
el río subterráneo que atraviesa la ciudadela para poder abastecer de agua a la población en los numerosos asedios que sufrió. Pero
lo más impactante es saber que en la misma piedra hubo acontecimientos clave para los cristianos (porque fue donde Jesús se sentaba
a predicar) y para los musulmanes (desde ese mismo punto subió Mahoma a los cielos) con lo que la piedra en cuestión es sagrada para
unos y para otros.
Es impresionante cómo uno se siente trasladado en el tiempo en este lugar. Cómo es posible que sea a la vez sagrado para unos y para
otros. Cómo puede haber tanta historia a la vez musulmana, a la vez judía y a la vez cristiana. Cómo todos han querido destruirla
para los demás y a la vez han luchado para conservarla para ellos... Así nos enteramos (ignorantes nosotros) que el muro de las lamentaciones
es el único muro que queda del segundo templo sagrado de los judíos. Después de su definitiva destrucción por parte de los romanos,
los judíos se reunían allí para “lamentarse” en la creencia de que esa alineación de mampostería de piedra guardaba todavía algo de
sagrado y santo que no pudo ser eliminado por los romanos. El muro es grande, es muy grande y al acercarse sorprende ver la cantidad
de papelillos y notitas que los judíos esconden entre sus grietas. Esto nos recuerda a las tablillas de los deseos de los templos
chinos, pero aquí las notas están enrolladas o hechas un gurruñito con lo que no podemos leer si alguien ha pedido algún deseo especial
como el de librarnos de Zapatero.
Bajamos por una calle hasta darnos con La Vía Dolorosa y en un cruce de la misma vemos a un grupo de gente (parecen italianos) haciendo
una especie de via crucis con cruz al hombro incluida. Media hora más tarde vemos pasar a otro grupo haciendo prácticamente lo mismo.
Dos calles más abajo vemos a un tipo con pinta de muy moro, cargando con unas cuantas de esas cruces que deben ser de resina porque
parecen no pesar nada y que por lo visto las lleva al punto donde empieza el vía crucis. Mientras vemos todo esto ya nos hemos cruzado
con una buena cantidad de señoras mayores y gordas, de negro de la cabeza a los pies, musulmanas. Como ya estamos acostumbrados, vamos
preparados para sus empujones y sentir sus alientos en nuestro cogote respondiendo con el sabido codazo de cambio de postura disimulado
o simplemente, no acercándonos. Además de las cuatro religiones que conviven por estas calles hay otra tribu que abunda mucho, las
de los turistas, que no encajan nada, nada en el cuadro. Eso sí todas nosotras llevamos un chal o algún foulard porque en las calles
no puedes enseñar el ombligo, en las iglesias no puedes enseñar los hombros, en las mezquitas ni los hombros ni las piernas y encima
hay que descalzarse (es conveniente llevarse los zapatos en la mano porque hasta en la guía dice que desaparecen en la puerta)
Sandra nos cuenta que a pesar del mito de que los musulmanes son muy limpios y se lavan mucho, todo lo que les rodea suele estar muy
guarro ( y a nosotros que nos lo cuente). Pero nos pide que nos fijemos en los suelos de las casas y los locales: ellos pueden oler
mal, o tener las paredes llenas de desconchones, pero los suelos están impolutos. Y es verdad, les vemos fregando y barriendo muy
a menudo y como se sientan, enseñan la mercancía y comen en el suelo, lo mantienen en perfecto estado.
Las niñas se lo pasan pipa mirando en todas las tiendas y puestecillos repletos de souvenirs ya sean camellitos árabes, faldas moriscas
o cálices requetedecorados.. Hacemos un plan para mañana y poder ver el máximo de cosas porque los museos e iglesias cierran pronto
pero por el día hace un sol de justicia. Compramos algo para la cena y disfrutamos de la brisa en la azotea de Sandra.
10 de julio Tres religiones en un día
Lo primero que visitamos hoy es el Museo de David en la misma puerta de Yafa. El museo se encuentra en el interior de lo que fue un
antiguo palacio y que según la cultura invasora del momento era utilizado como tal, o como fuerte, o como cárcel o como monasterio.
El museo se distribuye en diferentes salas en las que hay una exposición de lo más relevante de cada época histórica de la ciudad.
En una de ellas hay una proyección muy interesante que explica brevemente (si es que eso es posible) la Historia de Jerusalén. Recomendamos
a cualquier visitante empezar su visita a Jerusalén con esta proyección primero porque así se entiende mucho mejor lo que luego vas
a ver por las calles.
Teníamos intención luego de dar un paseo por encima de las murallas, hacia el oeste, pero hace mucho calor y no nos apetece sufrir.
Así que nos dirigimos al Santo Sepulcro en una iglesia de planta casi románica y rodeada de otras iglesias. Llegar a la entrada del
santo sepulcro por el sur es complicado porque hay que meterse entre callejuelas y patios que parecen particulares, es laberíntico,
hasta que por fin llegamos y sin ayuda, por cierto, de los niños que si te ven un poco despistado se ofrecen muy efusivamente a llevarte
pero que a cambio te piden unos cuantos dólares.
La iglesia por dentro no tiene mucho a nivel arquitectónico, pero en la misma entrada hay una especie de tumba con una losa de piedra
rosada encima sobre la que mucha gente se arrodilla. Hemos llegado al lugar donde Jesús fue enterrado, o por lo menos eso es que la
gente cree porque sentados en unas escaleras dentro de la iglesia les leemos a las niñas lo que estamos viendo y descubrimos que ni
ese era el punto exacto, ni esa fue la lápida que le cubrió. En fin, la fe.
En la misma iglesia accedemos después de esperar una larga cola al lugar en el que resucitó, como en el interior de una capillita
en la que un sacerdote tiene la misión de ir haciendo entrar a la gente de cuatro en cuatro y hacerles salir a los 30 segundos. Se
entra agachado porque es como una cuevita para rezar. Antes de salir al exterior, en la misma puerta, vemos a un grupo de extranjeros
que han hecho círculo y están cantando a capela como los mismos ángeles, hasta que llega uno de los sacerdotes, cristiano ortodoxo
(parece bizantino más bien) y le echa diciéndoles que no se puede cantar dentro de la iglesia ni gregoriano ni nada. Así que, un poco
frustrados, los cantores salen afuera donde repiten la escena, muy educadamente. Entonces aparece un policía (cristiano, suponemos)
y les dice que fuera no pueden cantar, que eso se hace dentro de la iglesia, lo que provoca las carcajadas de todos los que allí estábamos,
seguidas de unos aplausos por el espectáculo gratuito.